Para hacer completa la historia de la música que ha acompañado al Cristo de ADEMAR durante los 50 años que lleva recorriendo las calles de Segovia junto a los alumnos, ex-alumnos, Hermanos y profesores del Colegio Marista y público devoto en general, tenemos que regresar al año 1959, fecha en que salió por primera vez nuestra Cofradía.
Al parecer, durante los primeros años no llevaba acompañamiento musical alguno hasta que, avanzada la década de los sesenta, se incorporó un grupo de cornetas y tambores, probablemente propiciado por algún oficial del ejército allegado al Colegio.
Durante el declive general de las procesiones en Segovia los insulsos años setenta, desapareció esa pequeña banda de cornetas y tambores militares que acompañaban a nuestra Cofradía.
Tengo el vago recuerdo de que durante uno o dos años, el silencio total era la única compañía sonora del paso de ADEMAR, hasta que alguien decidió contratar una agrupación musical -vestida con impolutos trajes de domingo- que lucía su nombre artístico con grandes letras en un majestuoso bombo vertical: ORQUESTA MAMBO.
Ante el descoloque estético y místico que producía la visión entre los capuchones de aquellos músicos más propios de una romería, al año siguiente volvió el silencio a adueñarse del cortejo.
Pero cuando
Al año siguiente fueron algunos amigos más los que se unieron al cuarteto y, cada Semana Santa, en los albores de la entrañable banda, era una sorpresa saber cuántos redoblantes participarían en el cortejo y qué restos de tela penitencial tendrían por uniforme: ¿morada…o negra? ¿sería muy corto…o cortísimo?. Lo cierto es que con una buena motivación y gran dosis de fraternidad, cada año sonaba mejor y era más nutrido el grupo.
Se sabe también, pues no lo ocultaron nunca, que algunos de los miembros de tan distinguida agrupación, añoraban durante todo el año el momento de disfrutar del mejillón verde al concluir su jornada laboral del Viernes Santos, en el comedor escolar del Pinarillo.
En un momento determinado, se incorporó Fernando Ortiz, músico y dulzainero que, si bien en un momento se sometió a la disciplina del tambor, convenció con poco esfuerzo a sus compañeros de la mejora que supondría para la banda la incorporación de tan apreciado instrumento autóctono. El sonido aportado fue, en efecto, un éxito y dio pie a la creación de notables partituras que cada año se interpretan con veneración como piezas históricas que ya son.
Por aquellos años, las procesiones se desarrollaban de un modo distinto al actual: era el Viernes Santo cuando, a media tarde, se iniciaba la subida del Cristo por Fernández Ladreda y
Durante varios años se mantuvo la anarquía organizada de la banda de dulzainas y tambores hasta que la generación siguiente puso un poco de orden con el fin de mejorar -no era muy difícil la mejora, lo que hasta aquel momento había estado confiado sólo a
Rafael Cantalejo